lunes, 10 de noviembre de 2008

Práctica sobre el derecho a la información

En muchas noticias internacionales he encontrado la misma información en la prensa de una dictadura que en la prensa de una democracia ya es que las dos se nutren de las agencias de comunicación. Sin embargo en aquellas noticias internacionales que son más conflictivas como por ejemplo el tratamiento de Gramma de las noticias provenientes de Bolivia son muy diferentes de las noticias en los medios españoles o de Estados Unidos.
Por encima del tratamiento de la información entre unos medios y otros, la gran diferencia entre los medios de comunicación en una dictadura y una democracia, es el control que tiene el poder de los medios. En las dictaduras no solo controlan los medios sino que los utilizan para su propio beneficios controlando de esta forma la sociedad. Un ejemplo sería el tratamiento de la información sobre la ausencia del líder de Corea del Norte, Kim Jong Il, en el desfile por el 60 aniversario de la fundación del país, que tuvo lugar el martes, mientras los medios en todas las democracias especulaban sobre los problemas de salud del dictador, en los medios de Corea del Norte aparece una foto trucada del dictador.
DOS EJEMPLOS SOBRE EL TRATAMIENTO DE LA INFORMACIÓN EN LA DICTADURA DEL COREA DE NORTE.
Ejemplos obtenidos de un artículo de la revista “Foreign Police” Edición española, Nº 29 escrito por Kim Hyun Sik, antiguo profesor de Kin Jong IL y actual profesor investigador en la Universidad Gorge Mason (EEUU):
PRIMER EJEMPLO.
“En el paraíso ciudadano de Corea del Norte, los discapacitados –incluso las personas bajitas– son considerados infrahumanos. En 1989, Pyongyang albergó el festival mundial de los Jóvenes y los Estudiantes. Durante los preparativos para este encuentro internacional, el país entero fue exhortado a superar a los Juegos Olímpicos organizados por Corea del Sur el año anterior. El evento de Pyongyang debía ser mayor y más elegante. Uno de los métodos para lograrlo fue limpiar la ciudad de discapacitados.
Seis meses antes del festival, el Gobierno hizo una redada para capturar a los ciudadanos discapacitados y los envío a aldeas remotas. La mayoría eran relojeros, grabadores de sellos, cerrajeros y zapateros que hacían su vida en la ciudad. De la noche a la mañana, se les despojó por la fuerza de las vidas que tenían. Yo presencié de cerca esta política de purificación. Tengo un viejo amigo que, tras licenciarse en Medicina en la Universidad de Pyongyang, entró a trabajar en la Academia Estatal de Medicina. Fuimos compañeros en el instituto de Heungnam y luchamos juntos en la guerra de Corea. Éramos como hermanos. Un día de mayo de 1989, vino a visitarme a casa. Parecía muy alterado.
-¿Qué te pasa? Te veo muy preocupado.
-Bueno, estoy bien, supongo… pero he hecho algo horrible. Algo abominable.
-¿Qué quieres decir? No eres una mala persona.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. “He cogido como lisiados a gente normal y sana y la he mandado lejos para siempre”, me dijo. “Lo que he hecho es inhumano. Nunca volveré a caminar con la cabeza alta”. Mi amigo, que en aquella época era un médico bien relacionado, me contó que el Partido Comunista le había ordenado coger a los habitantes de menor estatura de Pyongyang y de la provincia de Pyongan Sur. En contra de su conciencia, fue a esas zonas e hizo que los representantes locales del partido repartieran unos panfletos propagandísticos. En ellos se decía que el Estado había desarrollado un fármaco que podía aumentar la estatura y estaba reclutando gente para recibir el nuevo tratamiento. En apenas dos días, miles de personas vinieron a por el nuevo medicamento.
Mi amigo me contó cómo seleccionó a los más bajos entre la multitud. Les dijo que el fármaco funcionaría mejor si se consumía regularmente en un ambiente con aire limpio. La gente, por propia voluntad y sin sospechar nada, subió a bordo de dos barcos, en uno las mujeres y en otro, los hombres. Fueron enviados, cada sexo por separado, a diferentes islas deshabitadas con la intención de evitar que sus genes inferiores pasasen a una nueva generación. Ninguno regresó a su hogar y se los dio por muertos. Fueron obligados a pasar el resto de sus vidas alejados de sus familias y lejos de la civilización
-Casi no puedo creerlo, cómo he hecho algo tan horrible”, me dijo”.
SEGUNDO EJEMPLO.
“Un brillante ex alumno mío había ascendido hasta convertirse en alto cargo del Departamento de Propaganda y Agitación del Partido Comunista. Un día de octubre de 1983 nos invitó a mí y a otros dos profesores a cenar a su casa. Vivía en un complejo de pisos de lujo para dirigentes del partido por encima del rango de director. Compartía la vivienda con su hijo, que era reportero especial de la agencia oficial de noticias de Corea del Norte.
De repente, en medio de la cena, el hijo de nuestro huésped entró corriendo sin alimento en la sala. “Papá, tenemos un serio problema”, dijo. “¿Has oído las noticias?”
Nos dio un vuelco el corazón. ¿Qué podía haber ocurrido para que un reportero experimentado estuviese tan alterado?
“Acaba de llegar esto por telegrama. Han fallado. La situación es grave. El muy tonto ha sobrevivido, y en vez de él han muerto sus subordinados. Nuestro reportaje ya no sirve para nada, y nos han mandado a todos a casa”.
Rápidamente nuestro huésped se excusó y regresó a toda prisa a su oficina. Los tres invitados nos marchamos del piso, desconcertados y preocupados.
En un par de días, las noticias sobre un atentado terrorista se habían propagado mucho más allá del piso de mi amigo. En aquel momento nos contaron que un atentado con bomba en Birmania (ahora, Myanmar) había errado por poco su objetivo: el presidente de Corea del Sur, que se encontraba allí de visita. En Pyongyang, manifestantes de todo el país culparon del atentado a un agente surcoreano sin escrúpulos y, más en general, a los “imperialistas americanos”. Por todas partes se escuchaban llamamientos a liberar a los hermanos del Sur mediante una guerra revolucionaria. Sólo entonces pude adivinar el motivo de la conmoción ocurrida dos noches antes en casa de mi amigo: su hijo había sido informado con antelación del atentado en Birmania y, dando por hecho que tendría éxito, había redactado la noticia por adelantado. Había supuesto que el presidente surcoreano y todos sus acompañantes estarían muertos. Nuestro huésped, mi antiguo alumno, con el cargo que ostentaba, no sólo debía estar al tanto de la operación, sino que probablemente había ayudado a planearla.
En Corea del Norte existe un brazo poco publicitado del Partido Comunista, llamado Oficina 2, que supervisa todas las operaciones relacionadas con su vecino del Sur. Otro ex alumno que trabaja en ese departamento comentó que el director de un equipo especial asignado a la operación birmana fue súbitamente despedido. Después nos enteramos de que había sido degradado a secretario del partido en una pequeña fábrica en la ciudad costera oriental de Sinpo, por hacer fracasar la misión secreta de asesinar al presidente de Corea del Sur.
El atentado terrorista con bomba del 9 de octubre de 1983 en el mausoleo de Aung San se cobró las vidas de 17 miembros del Gobierno surcoreano, incluyendo la del viceprimer ministro Suh Suk Joon y la del ministro de Asuntos Exteriores, Lee Beom Suk. Otras quince personas sufrieron heridas graves. Un año después, el Gobierno birmano informó a la ONU de que Corea del Norte estaba detrás del atentado y cortó relaciones diplomáticas con el régimen comunista. Yo me enteré de esto sólo años después, cuando fui a Seul. En su momento no pude conocer la verdad, me encontraba ocupado siendo convocado diariamente a manifestaciones de condena al régimen surcoreano por el atentado.
Ahora, cuando oigo hablar de algún suceso trágico ocurrido en la península, como lo que pasó en julio, cuando un soldado norcoreano mató de un disparo a un turista surcoreano de 53 años, pienso en las mentiras que el Gobierno del Norte debe de estar contando a sus ciudadanos. Quiero decir, si es que siquiera llegan a oír algo”.

Publicado por Pedro Javier Martínez López.

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